por Martín Acosta
ANTES
Fausto sobrevuela una ciudad en llamas. Ésta es la premisa de John Jesurun para un texto teatral que parte, por fuerza, de lo imposible. Un teatro que depende de un actor que habrá de convencer a un espectador que esa ciudad está ardiendo allá abajo, que no hay lugar para el aterrizaje y el combustible se acaba. El poder del teatro: la convención. La convicción. Una enorme geografía imaginaria puesta al servicio de un tiempo y un espacio. No hay conejo que salte del sombrero. Una palabra y una mirada para definir Dinamarca y su sombrío castillo de Elsinore.
DURANTE
Lo demás es aquelarre. Un mundo que se desmorona. Mefistófeles in the sky with diamonds está convencida de que ha salvado al mundo del aburrimiento eterno de la enorme sábana blanca de la bondad de Dios y se enamoró de un Fausto que no ama ni a Dios ni al Diablo. Está muy ocupado con sus preguntas. Por ejemplo ¿llegamos aquí porque alguien, en algún lado, tendió los hilos que hicieron estas conexiones?, ¿o simplemente porque nos dejaron solos y no somos interesantes? Criaturas tiradas en mitad de una carretera, en algún basurero al lado de un cine porno, en un restaurante de mala comida que abre las veinticuatro horas. Alrededor de todo: la guerra. Un día abriremos los ojos con gran esfuerzo para mirar que la civilización que construimos fue efímera. Apenas unos cuantos miles de años.
DESPUÉS
Un teatro del pesimismo para conjurar los malos tiempos que nos guiñan el ojo. Para sembrar preguntas. Y una llama. Un actor que se deshaga de la máscara y se huele, se intuye, con alguien sentado del otro lado de una cuarta pared que todavía no alcanzamos a definir bien a bien de qué está hecha. Algunas ideas. Muchas palabras. Una imagen: un hombre parado en el centro de una habitación vacía y en el techo un tanque lleno de agua a punto de desbordarse. En el suelo el fuego. Un hombre está parado en el centro de una habitación y nos mira. El privilegio de la carne. El teatro.
