Propiciadores del vuelo. Teatro de manufacturas humanas. Hijos bastardos de la posmodernidad buscándose en el nuevo paradigma del mundo.
Exploraciones
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0.2 El activista antirretroviral

01/08/2021

Cuando en la entrada anterior hablé de las motivaciones y/o condiciones del cazador seropositivo sabía que desataba una pequeña controversia al señalar su posible negligencia o abierta perversidad ante la capacidad de contagio. Tal vez resulte excesivo tratar con esa rudeza al enfermo que sufre así un doble estigma, sólo diré que me basé para ello en la experiencia de Junio, el protagonista ficticio de las memorias de Alejandro Reyes (detonante de nuestro proyecto), quien en más de 200 páginas sólo menciona en cuatro ocasiones la palabra “condón”, todas ellas alrededor del mismo suceso relacionado –curiosamente–, con su contagio. Al margen de esa anécdota, llama la atención que un elemento que viene a ser la principal herramienta contra la propagación del virus brille por su ausencia en el relato.

            Para corroborar si esta percepción es errónea e injusta consulté un Informe de la Red Mexicana en Contra de la Criminalización del VIH, donde se advierte que 30 de las 32 entidades federativas del país incluyen en sus códigos penales el delito de “peligro de contagio” aplicable a personas que padecen alguna enfermedad de transmisión sexual (entre ellas el VIH) cuyas conductas son susceptibles de considerarse “peligrosas” para la salud de otras personas. Según publica Letra S¹ en un resumen de este Informe, las penas por estas conductas peligrosas pueden alcanzar los 10 años de cárcel así como sanciones económicas. Aunque la SCJN ha manifestado su intención de discutir la constitucionalidad de estas disposiciones que atentan contra los derechos humanos y resultan discriminatorias, hasta ahora no ha podido hacerse mucho para derogar tales leyes. Dicho lo anterior, podemos afirmar que, en términos legales, existe la noción de que el individuo seropositivo tiene una doble responsabilidad, consigo y con los demás, y a pesar de ello su condición es infamante al grado de que en algunos códigos civiles se le declara imposibilitado para contraer matrimonio, entre otras disposiciones discriminatorias.

            Mi intención con estas notas no es ahondar en las implicaciones legales y/o morales del VIH, sino explorar las formas en que este padecimiento ha influido en la conformación del carácter individual y de grupo, detonando conductas específicas ante una realidad y una percepción que obligan a actuar. Por esa razón, para contrastar la figura del cazador seropositivo, ahora hablaremos de los activistas del VIH, aquellas personalidades que surgen dentro de la confusión y asumen la tarea de encontrar soluciones y modificar actitudes.

            Desde inicios de los Ochenta se hablaba de una extraña enfermedad que invadía principalmente a los homosexuales, pero fue la muerte del actor Rock Hudson en 1985 la que puso un rostro reconocible al Sida, con el efecto colateral que significó desnudar la identidad sexual de la víctima, que inmediatamente fue sometida al escrutinio moral. Para una comunidad que no comprendía la naturaleza del mal que lo aquejaba, el miedo se duplicó al comprender que la enfermedad no sólo atacaba el cuerpo, también destruía su reputación. Como una primera reacción, muchos prefirieron darle un nombre distinto a su padecimiento para así proteger la privacidad de su muerte, pero otros decidieron dar la cara y defender el derecho a un tratamiento digno. Podemos decir que la primera característica de quienes decidieron comprometerse con esta segunda opción fue construir una identidad colectiva, la del grupo social que estaba siendo (en principio al menos) el principal afectado. De esta forma se protegía de señalamientos individuales y se actuaba como una comunidad que exigía una atención urgente y seria. Fue la presión de esta colectividad la que posibilitó que, a partir de 1987, se acelerara la aprobación de la primera droga antirretroviral: el AZT.

            Ese mismo año surgió Act Up, uno de los colectivos más emblemáticos de activismo en pro de una atención integral al fenómeno de salud que se propagaba rápidamente por el mundo: Act Up se dio a conocer en Nueva York con manifestaciones políticas y performativas que pronto se extendieron a otros países. Sus demandas se organizaron en tres ejes: a) el involucramiento de los gobiernos para promover la investigación, así como legislaciones adecuadas para enfrentar la pandemia; b) políticas de prevención y c) la dignificación y desestigmatización de los enfermos. Aquí comienzan a sobresalir algunas figuras como Larry Kramer, quien nos deja ver una de las características principales del paladín activista: que una vez que se decide a actuar, dedicará su vida a esta cruzada. El activismo en este caso no puede ser coyuntural, es a partir de ahora la única forma de vida posible. “Silencio = Muerte”, reza uno de los afiches más importantes de esa época. Y a partir de entonces se libra una batalla de información que no tiene días de descanso.

                        En nuestro país, un sitio importante en este activismo lo ocupa Letra S, suplemento de información surgido en 1994 por iniciativa de Alejandro Brito y Arturo Díaz Betancourt, precisamente con el objetivo de romper el velo de silencio patente en los medios de comunicación nacionales. Con el paso del tiempo, el suplemento se convirtió en una agencia de noticias y en una Asociación civil que tiene por objeto participar en todas las deliberaciones políticas relacionadas con el trinomio Salud + Sexualidad + Sida. Su labor informativa ha sido tan importante que en 2001 le fue concedido el Premio Nacional de Periodismo en la categoría de “divulgación cultural”.

            A propósito de las acciones performativas, Hernández Cabrera² analiza esta dimensión en los eventos antisida en la Ciudad de México, particularmente las Caminatas Nocturnas Silenciosas que, a fines de los Noventa, se convirtieron en una forma de expresión y un posicionamiento ante la lentitud de respuesta por parte del gobierno. Además de insistir en las campañas de prevención y en el acceso a los medicamentos, las Caminatas perfilaron una estética particular que tenía a la ofrenda, a la figura de la muerte en dualidad con la vida, y al condón, como íconos de una gesta apocalíptica.

            De lo anterior podemos extraer las principales características del activista del VIH: la militancia permanente, la intransigencia negociadora, el sentido comunitario y la lucha contra el silencio. No cualquiera puede asumir estas posturas como forma de vida, aunque resulte difícil de entender, también en esta cruzada ha habido escisiones y diferencias, pero en los últimos 30 años se ha avanzado notoriamente en la visibilización y concientización del problema.

            A pesar de lo anterior, hace unos días fui al teatro a ver Fierce/Fiera y me asombró descubrir que el estigma sigue siendo un síntoma vigente de esta pandemia. Los enfermos han encontrado caminos para reconocerse y aceptarse, pero grandes sectores de la sociedad no ha encontrado aún el antirretroviral contra el prejuicio y la ignorancia.






¹. Aburto, G, Bastida Aguilar, L. y Ponce Jiménez, P. (2020) El VIH no es delito. Letra S, recuperado en https://letraese.jornada.com.mx/2020/12/03/el-vih-no-es-delito-8053.html

². Hernández Cabrera, P.M (2012) La dimensión performativa de los eventos antisida de la Ciudad de México. Andamios. Vol. 9. No. 19. México, mayo 2012.

 

0.1 El cazador seropositivo.

01/06/2021

Sólo para dejarlo claro, entendemos como seropositivo a la persona que alberga en la sangre anticuerpos de VIH, aunque no presente síntomas y posiblemente nunca desarrolle la enfermedad. No obstante, la persona en cuestión puede ser transmisora del virus mediante el intercambio sexual, por lo que su condición y cuidado son un asunto de interés público.¹

            El seropositivo tiene la doble responsabilidad de cuidarse a sí mismo y cuidar a los demás. Esta condición no se cumple en todos los casos; existe un tipo de persona que no puede evitar el riesgo y se lanza a la aventura sin la debida protección. Para efectos de nuestra exploración lo llamaremos cazador seropositivo, portador de un fuego (A fire in my belly como lo llama David Wojnarowicz) que lo obliga a consumar y a consumirse al mismo tiempo.

            Las motivaciones y/o condiciones del cazador son diversas, pero aquí consideramos tres: a) ignorancia, b) negligencia y c) perversión, aunque puede ser que lo que encontremos sea una mezcla de las tres.

            La primera de estas motivaciones –la ignorancia–, podría exonerar al cazador, aunque traslada la responsabilidad al orden público; en coyunturas como las actuales no nos podemos permitir ser ignorantes ante los problemas de salud pública, de tal suerte que la ignorancia ajena es responsabilidad del Estado. Pero aquí es donde entra la perspectiva histórica: cuando apenas se hizo pública la existencia del VIH, y todavía una década más tarde, no había una conciencia definitiva de quienes eran los agentes transmisores, lo que facilitó su propagación. La ignorancia nos plantea, pues, una forma de inocencia y hasta de victimización.  

            Por su parte, la negligencia es una forma de ignorancia deliberada; el cerebro desestima las consecuencias de la acción, se asume inocente sin serlo a cabalidad. La negligencia es penada jurídicamente en los casos en que se tipifica como una forma de imprudencia al no evitar lo que estaría en sus manos impedir. El cazador negligente desarrolla, en alguna medida, una patología suicida y criminal, motivada tal vez por lo que considera una injusta condena que lo señala como apestado.

            Por último, existe el cazador perverso que, sin ignorar las consecuencias de su capacidad transmisora, enfrenta el riesgo como si fuera un juego o una forma de venganza abstracta. El instinto criminal es indudable en este caso, aunque cabe la posibilidad de explorar atenuantes cuando el eje del juego está en el peligro más que en la intención de contagio. Estamos –en esta variable–, ante un caso de irresponsabilidad mayúscula, que raya en la ignorancia y en la negligencia, esa sí, perversa.

            Con esta última variante nos viene a la mente el pensamiento de Artaud cuando afirma que “toda verdadera libertad es oscura, y se confunde infaliblemente con la libertad del sexo, que es también oscura, aunque no sepamos bien por qué”.

            Nuestro personaje a explorar tiene, pues, los síntomas del cazador seropositivo proclive al juego sexual de alto riesgo. ¿Cuáles son sus atenuantes o agravantes? Allí están las llaves de la investigación.

            Una última consideración advertida por Susan Sontag nos ayudará a completar el perfil: a diferencia de los apestados de otra época, el cazador seropositivo no presenta síntomas y hasta aparenta buena salud (“la aparentan, pero están condenados”). Es decir que los portadores de la infección son agentes de apariencia normal que deambulan entre el resto sin ser identificados, siempre y cuando mantenga su identidad seropositiva en secreto. En nuestro caso, efectivamente el cazador ha hecho lo posible por ocultar su condición y tendríamos que saber si lo ha hecho por pudor, por miedo, o por defender su pretendida  libertad.

¹. Países como Estados Unidos han declarado al VIH/Sida como un problema de seguridad nacional por la catástrofe que representa su diseminación en algunas regiones, particularmente en el sur de África, donde al inicio del siglo se estimaba que un 10% de la población en edad fértil era portadora del virus. 

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