Propiciadores del vuelo. Teatro de manufacturas humanas. Hijos bastardos de la posmodernidad buscándose en el nuevo paradigma del mundo.
Eduardo II
Eduardo II

Eduardo II

NOMBRES DE LA PASIÓN

por Alfredo Michel Modenessi

Hacia el final del primer acto de La tragedia de Eduardo II, Piers Gaveston, el protegido del rey, su «consentido», parte al exilio por exigencia de los barones de Inglaterra. Eduardo se lamenta:

Mi corazón es yunque del dolor: 
lo golpea el martillo de los cíclopes,
y en mi cerebro el ruido se revuelve,
llevándome al delirio por mi Gaveston.
Ay, que del infierno hubiera surgido una Furia 
fantasmal para matarme con mi propio cetro 
el día que me arrancaron de mi Gaveston.

La queja es de igual intensidad que en ocasiones previas -de dolor o de gozo- y detona una pregunta en voz de Lancaster, convirtiéndolo en una especie de coro, umbral a la conciencia del espectador. Curiosamente, en el original su estupor viene precedido por una exclamación en castellano:

¡Diablo! ¿Qué nombre tiene esa pasión?

Fiel a sí, a las alegrías que aprendió de los autos medievales y a su firme negativa a que la alegría baste para circunscribirlo, Marlowe puso el nombre del maligno -irredimible- en boca de uno de los más belicosos pares del reino, antes de que se pregunte cómo definir con palabras eso que, también en palabras, se desborda y lo rebasa… y acaba por subyugarlo. Se antoja incluso el exceso de proponer que Marlowe usó el nombre del rebelde primigenio en lengua extranjera como si hubiera querido que Lancaster, frente a lo que está más allá de sus estructuras personales y sociales, no encontrase en su propio idioma nada apto para prologar su extrañeza ante la pasión del rey de un hombre, de otro: ante la pasión,

El deseo siempre excede sus objetos y sus significantes; en presencia o ausencia de lo deseado sólo puede ser sí mismo: excesivo. La pasión, exceso, lo empata tanto de modo literal cuanto en sus (im)posibles definiciones literarias. En la Inglaterra de Marlowe, que es la de Shakespeare y demás grandes dramaturgos, los nombres de la pasión fueron muchos y casi siempre concretos, en presencia de sus objetos («mar», «música», «fuego») o en su ausencia («invierno». «oscuridad», «páramo»). Sin embargo, comparada con la poesía de su autor y sus coetáneos, la de Eduardo II resulta austera respecto a las figuras con que buscaban nombrar la pasión. Así, la interrogante de Lancaster es justa. A lo largo de la obra, las pasiones -del rey, del consentido, de los barones, de los asesinos, de la reina- se manifiestan más vivas que literarias, son conflictos en perpetuo movimiento y confluencia.

En un mundo donde la ley del padre es origen de todos los nombres (la obra abre y cierra con un Eduardo que menciona la muerte de un Eduardo), el homoerotismo y sus ecos son las fuentes más obvias de colisión. Pero con ellos se entretejen, y pesan igual, los conflictos del poder y del capricho, los de clase y los de género. Juntos en el escenario, inseparables, encarnan: en cuerpos que exudan la violencia indistinguible de los juegos de guerra y amor; en la violencia enquistada en cuerpos que refrenan sus deseos; en la tensión entre tener y no tener lo deseado, y saber y no saber tenerlo o no tenerlo; en el vaivén del rey, de lugar en lugar, de mal a bien gobernar y de bien a mal desear, de alteza a bajeza… hasta el fondo de su destino, que es el fondo mismo de su cuerpo. De pasión en pasión.

¿Cómo llamarla? Eso es pie para reflexiones antes y después de experimentar La tragedia de Eduardo II. Durante ella, es sólo posible el deseo y perceptible la pasión que luego exigen nombre.

Identidad Gráfica

Así, el teatro, como arte y como lenguaje, pasa a primer plano y es el verdadero protagonista.

BRUNO BERT + TIEMPO LIBRE + 2008

Esta estética, a veces imprudente y desgarradora, se rompe en gritos y extensiones de un acontecer histórico y teatral terrorífico, traducido y adaptado por Alfredo Michel, acerca del mundo isabelino en el que la poética, el dolor, el placer, la ambición, la intolerancia, la tragedia, la política, el abuso de poder, la impunidad y los excesos humanos convergen.

NANCY MÉNDEZ CASTAÑEDA + NUEVO EXCÉLSIOR + 2008

Christopher Marlowe es un autor muy poco representado entre nosostros, yo sólo recuerdo el controvertido Dr. Fausto que Margules montó en los inicios de su carrera. Ahora Martín Acosta escenifica con el patrocinio de Teatro UNAM y del INBA la historia del desdichado rey –en traducción de Alfredo Michel-, plena de matices y contradicciones dialécticas como es la gran pasión amorosa de Eduardo por Gaveston cuya profundidad no se condice con los frívolos olvidos del rey de los problemas heredados con Francia y con Escocia por estar con su valido y aduladores.

OLGA HARMONY + LA JORNADA + 2008

Una versión contemporánea que representa el ayer y el hoy, con aquellos maquiavélicos personajes que como la mente del autor -gran admirador de Maquivelo- se mezclan con temas de homosexualidad, poder y religión, cuadros escénicos que van desfilando a nuestra vista en intensas escenas muy dignas de analizar, donde se explota lo mejor y lo peor de aquellos tiempos donde parecía que Dios no existía pero siempre era mencionado para conveniencia de aquellos que buscaban el poder, sin importar quien sería y qué le pasaría a aquel que lo perdía.

CLAUDIA MAGÚN + INTERESCENA + 2008

Entre lo absurdo y lo trágicamente real, el humor ácido y la crítica descarnada, el erotismo y la intolerancia; ése es el territorio en el que se desarrollan las cuatro horas de la obra Eduardo II, que a casi 500 años de su creación fue estrenada la noche del viernes en el país, en un montaje a cargo del director mexicano Martín Acosta.

ANGEL VARGAS + LA JORNADA + 2018

Es una obra fuerte, brutal y al desnudo como no se había visto en los últimos años, una puesta en escena impresionante como no había por estos rumbos.

EL FINANCIERO + 2008

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