Propiciadores del vuelo. Teatro de manufacturas humanas. Hijos bastardos de la posmodernidad buscándose en el nuevo paradigma del mundo.
Las evidencias de la noche
Las evidencias de la noche

Las evidencias de la noche

CON MÁS MANDRÁGORA QUE MAQUIAVELO

por Bruno Bert

El nombre de Nicolás Maquiavelo suele estar vinculado para todos nosotros con El Príncipe, que es lo que hoy podríamos llamar un «ensayo» que se ha dado a las más diversas interpretaciones -muchas veces erróneas – generando el término «maquiavélico» para designar a los que construyen planes especialmente complejos, cinicos e inmorales para la obtención de sus fines. Nada de esto tiene que ver con la realidad de aquel escritor político, uno de los más interesantes del Renacimiento italiano, que vivió entre 1469 y 1527, a veces en vinculación directa con la familia Borgia, de triste recuerdo para la historia negra de aquel periodo y a cuyo integrante César (el hijo del Papa Alejandro VI y hermano de la celebérrima Lucrecia) le fue dedicado el «ensayo» de marras.

A pesar de que dentro de la producción de Maquiavelo existen varias obras de teatro, es indudable que la única que ha trascendido incluso hasta el nivel de ser conocida por su nombre en forma casi popular, aunque muy pocos la hayan leído o visto en un escenario, es La Mandrágora, compuesta en 1513.

En primera instancia, sus varios actos se reducen aquí a uno, de una duración factible de ser gozada en tiempos como los nuestros; en segunda, la acción se traslada de Italia nada menos que a Haití, en busca de la mandrágora que volverá fértil a la protagonista, lo que permite trabajar con música africana y organizar un viaje que pone en marcha un ingenioso artefacto escenográfico creado por Arturo Nava, móvil y resignificable, que recorre la barda que separa el lago del patio de la casa del mismo nombre, creando diversos planos en la acción.

También cambia la época, ya que la trama original es contemporánea al autor y aquí, Acosta y Gorlero la trasladan hacia fines del siglo XIX, evidenciado esto no sólo por el vestuario sino también por una estética y una variación en los textos que nos llevan a pensar en imágenes que el cine ha manejado a través de Visconti, del que se rescata incluso un personaje que alguna vez pobló el mundo de Muerte en Venecia.

La sátira social que contiene La Mandrágora se conserva en esta versión a la que dieron como nombre Las evidencias de la noche, sin embargo se suavizan las asperezas de la burla en una proposición progresiva hacia un desate de los sentidos y una indulgencia propositiva en donde el erotismo se vuelve múltiple e indiferenciado, con la básica complacencia de todos los participantes. Toda la trama recorre el camino señalado por Maquiavelo en relación al engaño y el artificio que hace posible el adulterio, pero termina en una visión donde se desmiente lo anterior ya que burladores y burlados acaban por compartir lechos y cuerpos, experiencias e intenciones en un mundo reconciliado por el placer y la entrega. Este país de Jauja naturalmente no tiene que ver con aquellos tiempos del Renacimiento, donde todo era permitido a condición de que nadie se enterara, ya que el sentido de la moral represiva quedaba salvado por la hipocresía de las normas. Está más cercano a una poética de los sentidos que los directores manejaran ya en algunos trabajos anteriores, con ciertos elementos decadentistas que hallan una buena encarnación en esas sugerencias viscontianas de las que hablamos. Se trata entonces de un Maquiavelo “a la moderna», lo que no sólo no quita interés al trabajo sino que incluso puede que lo multiplique por la cantidad de posibilidades que contiene, en una fértil traición a los originales. El ritmo sostenido del trabajo, el tono fársico y de comedia con que se hilvanan los hechos, el ingenio en el uso del espacio y algunas actuaciones afortunadas que plasman interesantes imágenes, nos hacen dejar en segundo plano algunas deficiencias en el plano actoral en deficiencias plano algunas donde no todos alcanzan los niveles que serían deseables para esta puesta. 

Es tal vez un trabajo poco ortodoxo pero indudablemente creativo y que no dejará de suscitar algunas polémicas a su alrededor, porque es claro que entre sus componentes hay mucho más de Mandrágora que del mismo Maquiavelo.

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